¡Maldita sea, me muero!: ¡Cómo amo la vida!

20 Nov ¡Maldita sea, me muero!: ¡Cómo amo la vida!

(1ª PARTE)
2013-02-14 21.05.04La primera vez que lloré de veras en mi proceso de aprendizaje actoral fue en una improvisación que recordaré siempre. Yo interpretaba a un chico que había mantenido un vínculo muy especial con un amigo y una amiga. Eran tres almas inseparables que compartían un pasado de andanzas, aventuras y proyectos maravillosos por llevar a cabo. En un pasado reciente habían estado conviviendo en un pequeño barco y aquella idílica amistad se había acabado un día empañando, como no, por la rivalidad de los dos chicos respecto a la chica. Se suponía que ella había estado un tiempo conmigo y finalmente se había decantado por mi amigo, lo que había terminado de empeorar las cosas y había provocado mi marcha. Meses después, en el distanciamiento de los amigos, unas molestias de salud me habían llevado al médico, donde una serie de interminables análisis había confirmado la inesperada noticia: yo era víctima de una enfermedad incurable y me iba a morir en pocos meses. Esos eran los antecedentes: como diría un argentino, “re-dramáticos”.

2013-02-14 21.22.35Después, la improvisación en sí comenzaba con mi visita sin avisar al viejo barco, para ver a mis antiguos amigos, ahora pareja. Allí me encontraba con mi amigo, que se sorprendía al recibir mi visita, justo además cuando estaban a la espera de zarpar para dar la vuelta al mundo, dato este que mi amigo, por no alimentar la envidia, no se atrevía a confesarme en ese instante. Mi amigo, se veía descolocado con mi aparición, y yo insistía en evocarle nostálgicamente ciertos momentos de nuestra anterior vida de mosqueteros, sin tampoco querer entrar a revelarle de mi mal ni del poco tiempo que me quedaba de vida.

2013-01-12 14.21.08En eso entraba la otra amiga, y siempre recordaré la emoción inmensa al ver su cara, siendo además que el trabajo había sido previsto para el otro actor y yo, y no estaba en los planes que efectivamente el tercer personaje hiciera su aparición, se debió a una jugarreta de nuestro profesor de interpretación, Martín Adjemián.

2013-02-28 22.10.10Cuando ví bajar –imaginariamente- al interior del barco a mi querida compañera Rosa, y la ví mirarme como me miró, y la ví acercarse en un interminable minuto silencioso, y, de repente, me ví abrazado a ella, recuerdo que entonces rompí a llorar y ya no sé cuánto tiempo pude estar allí aprentando su cuerpo contra el mío entre lágrimas, sólo sé que cuando abrí los ojos, pude ver también la cara de mi compañero Antonio también llorando de vernos así, todo ello sin saber todavía ninguno de nuestro sufridos personajes muy bien lo que de verdad iba a sucederles a los otros, pero acongojados por presentimientos inexplicables…

2013-02-21 21.14.35… Un melodrama en toda regla, desde luego, pero que nos permitió entrar absolutamente al trapo con nuestras emociones sin escamotearle un centímetro de cuerpo a la situación.
Y es que ese es el gran y clásico ejercicio que se viene repitiendo en las escuelas de teatro de nuestro método para alentar la intensidad de las emociones: el gran perdedor que mira las cosas por última vez, alguien que se va a morir y se despide o visita a sus seres queridos y trata de exprimir cada instante, cada imagen, cada roce, cada mirada, antes de dejar el milagro de esta vida para adentrarse en la incógnita de la muerte.
2013-01-15 22.20.27Ninguna premisa actoral acentúa tanto los vínculos, las emociones, ningún antecedente invita más a saborear las cosas, los lugares y el contacto de nuestra gente amada como la inminencia de la muerte. Alguien diría que será cosa de morirse más a menudo para aprender a sacarle el jugo a la vida. Claro que la “gracia” está en que el que está por morir sea uno mismo y no alguno de nuestros cercanos imprescindibles. Eso sí sería del todo deprimente y un ejercicio bastante más tortuoso para el actor: quizá empezar primero por imaginar que se muera la tortuga de casa o el periquito…
(CONTINUARÁ)

Jordi David

www.elalmaden.com

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